miércoles, 17 de diciembre de 2014

Muerte

¡Qué obsesión que me agarró estos días! 
De pronto, una tarde que iba al trabajo en el colectivo, me asaltó el pensamiento de que todos nos vamos a morir. Y no fue algo lejano, algo para lo que falta mucho aún, como suelen serlo esas figuraciones. No. Fue la realidad, cayéndome de golpe como una piedra, la tremenda realidad de que hoy puedo estar acá, y mañana en la morgue. No importa si soy joven o no, sana o no, qué hago de mi vida, ni tampoco si tengo o no proyectos que concluir. Si me muero me muero, no hay vuelta atrás, el mundo sigue girando sin mí, y yo… ¿Y yo? ¿A dónde voy yo? Sí, bueno la materia no se crea ni se destruye, y quizá en mil años una pequeñísima parte de mi ADN va a estar en el pasto que una vaca transgénica se va a comer. Perfecto, no tengo problema. Pero, ¿Qué va a pasar con mi mente? ¿Qué va a pasar con mis pensamientos, con mi forma de ver el mundo, con mi “esencia”? ¿Tengo alguna clase de alma, o soy solamente una casualidad, una “concatenación de átomos”, un accidente de la naturaleza?  ¿Qué va a pasar con mi risa, si no llego a tener hijos, o nietos que la imiten? ¿Qué va a pasar con esta vocación de escribir que tengo? ¿Mi alma, se va a asomar entre las palabras, tímida y frágil como la flor del diente de león? ¿Llegará a tocar a alguien esta mezcla de letras que fuimos inventando para poder hacer magia?
El olvido me va a llegar, sí, a todos les llega y está bien. Puedo con el olvido, si creo que tengo un alma que va a estar en algún lado.
¿Cómo son los momentos previos a la muerte? ¿Es como dormirse? ¿Se va dando cuenta uno de que ya no puede escaparle a la Parca con sus dedos crujientes? ¿Cómo y cuándo va a ser mi muerte? ¿Será horrible, trágica, apacible? ¿La elegiré? No sé nada, pero sé que en algún momento va a pasar, y estoy aterrada de que ese momento pueda ser mañana, o esta misma noche, y que me agarre desprevenida, sin perdón y con rencores acumulados.
Tengo tantas preguntas que desearía que no se me hubieran ocurrido pero que quiero responder, tantas dudas que me asaltan y me dan pánico… ¡No quiero morirme! ¡No quiero! Quiero seguir en este mundo, y quiero reír, llorar, hacer el amor, bailar, gritar… Quiero sentirme revuelta por las emociones de la vida, sola o acompañada, quiero seguir viviendo.
¿Por qué tenemos que morirnos?

No lo voy a saber nunca, hasta que llegue mi propio momento de revelación: el momento en que deje de existir. Quizá, ni siquiera entonces pueda responderlo.

martes, 16 de diciembre de 2014

Escribir

Hace un rato nomás, leí en el blog de un amigo lo que para él significa la escritura.
Y, por supuesto, me puse a pensar en mi propia vocación de escritora, que no sé de dónde surgió, pero que un día apareció y me cambió las cosas.
Nunca supe a qué atribuirlo, si al hecho de haber leído tantas cosas cuando era chica o al hecho de tener una imaginación que me persigue si no la calmo un poco chorreando palabras sobre el Word, pero la cosa es que escribo.
Me costó, y todavía me cuesta muchísimo, el ponerme a escribir. Tengo escenas enteras imaginadas, e incluso historias que no escribí jamás. Aún intento desprenderme de lo que Stamateas llama "autoboicot". Y sí, es que cuando uno relee aquello que escribió inmerso en una emoción intensa y estremecedora, después puede sonarle a boludez extrema cubierta de flores, azúcar y miel. Uno puede escribir una sola página y después, con la frialdad indiferente de un verdugo experimentado, borrarla para siempre y olvidarse. Puede escribir un renglón y luego de una primera lectura cambiarle todas las palabras, porque sabe que eso "ya se escribió en algún lado". Uno puede releer un párrafo y sentir que se ha expuesto tanto que necesita recortarlo, cambiarlo, ponerle también algo de la coraza que se nos va formando, para que no duela demasiado si alguien lo critica. Porque al fin y al cabo el escritor se gasta el alma en mundos que trata de plasmar con palabras, y el alma es algo frágil.
Luego de un tiempo difícil, me costó muchísimo ponerme a escribir otra vez. Pero realmente hay tantas obsesiones y demonios adentro mío que necesitan ser escritos para dejar de atosigarme que fue imposible. Fui dándome cuenta de que ponía un poco de mí a cada personaje, un poco de lo que soy y otro tanto (bastante) de lo que quisiera ser, de lo que me gustaría alcanzar, de los sueños que tengo adentro.
¿Cómo debe ser un escritor? No lo sé, porque hay para todos los gustos. Cualquiera que tenga una vocecita relatora adentro puede ser escritor, aunque escriba libros horribles que sólo le gustan a él.
Como un último pensamiento, y se me ocurre ahora, creo que quizás los escritores somos los que inventamos una cura o un nuevo veneno para el mundo en el que vivimos. Todo depende de cómo se construyan los pensamientos en nuestra cabeza.
Aún con todo esto y aunque me peleo a muerte con las palabras, creo que no puedo dejar de escribir. Es imposible, "como remar en dulce de leche con dos fósforos", como decía un profesor del secundario.
Y quizá nadie lo vea, porque en este mundo del Internet de tantas voces todos somos anónimos, como antes de la escritura, pero aún así dejo mis palabras escritas, para que una huella de ellas intente imprimirse en el tejido del universo.
Las palabras son nuestra fuente más inagotable de magia, capaces tanto de inflingir heridas como de sanarlas.
Albus Dumbledore